Las palabras del viudo a su mujer fallecida hace que las lágrimas broten

Bildkälla: April Yurcevic Shepperd/Facebook

”Hoy fui testigo de una historia de amor. Pero no de ese tipo de amor que comparten los jóvenes llenos de pasión y rebosantes de hormonas. Tampoco este tipo de amor compartido que experimentan los recién comprometidos, cautivados por la idea de la devoción completa y de una vida completamente feliz para el resto de sus días.

En este mundo en que vivimos, donde las promesas se rompen tan fácilmente y son tan frágiles como el cristal, hoy pude ver algo único, un diamante con un diseño exclusivo. Hoy vi a un hombre, a un hombre destrozado, que permanecía cerca de su más preciado tesoro. Era el amor personificado.

Cuando entró en la sala, el camino por andar era pesado pero su determinación era firme. Sus ojos permanecían fijos en su destino final, al fondo de la sala: Un ataúd de metal gris bajo la luz de las lámparas. El ataúd estaba entreabierto. La parte de cerrada estaba rebosante de flores frescas de todo tipo de colores, adornadas con bandas laterales con palabras como «esposa» y «madre».

Se fue acercando, directo sin pausa, y al llegar se inclinó y besó sus labios aún pintados. Su cuerpo frágil luchaba por mantener el pulso. 

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Con ternura y cariño dirigió unas palabras a su mujer. Seguramente le habría dicho esas mismas palabras muchas veces pero en esta ocasión estas permanecerían para siempre, eternamente.

”Se que no me puedes oír ”, susurró. ”Pero te quiero”. Y se echó a llorar. 

Las visitas de los familiares no estaban previstas hasta pasadas unas horas pero el hombre llegó temprano. No quería desperdiciar esas últimas horas. Durante más de 60 años ella siempre había estado cerca de él, pero aún así no era suficiente. Ni siquiera estaba cerca de ser suficiente. 

Acercó una silla y se sentó. Con su bastón en la mano derecha y a su izquierda su mujer ya fallecida, permaneció sentado al lado del ataúd casi una hora. Acariciaba sus manos y sus brazos. Era como si tratara de consolarla cuando en realidad se consolaba a sí mismo. 

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Al hombre no parecía molestarle que su piel estuviera fría y que su cuerpo se mantuviera rígido, ni siquiera le molestaba que ella no respondiera a las palabras que susurraba. Aunque parezca extraño, esta podría ser la escena cotidiana de una tarde cualquiera en su hogar. Obviando la maravillosas flores y los pequeños obsequios enviados por los comprensivos amigos, este escenario parecía bastante normal.

Cuando la familia comenzó a llegar, el hombre seguía sentado allí, con su mano agarrando a la de su amada, acariciándola el pelo.

”Ella es preciosa,¿verdad? preguntaba a los niños que se acercaban. Todos asentían y lloraban. 

Durante casi cinco horas estuvo el hombre cerca de ella, exhausto y abandonado, hasta que su cuerpo le pidió retirarse y su mente le suplicó oxigenarse. 

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Este hombre, este hombre desdichado, había mostrado más amor en su delicado duelo que muchos otros en la vida. Yo estaba allí y dentro del respeto y la admiración que me profesaba el momento, vi la fidelidad reflejada en sus ojos. Nunca antes había visto un hombre tan destrozado, despojado de su felicidad por la maldición de la muerte. Me pregunté cuándo lo viera que iba a hacer ese anciano mañana y al día siguiente. Hoy era la parte más sencilla.

Hoy ella todavía sigue allí con él, acostada cerca de él, disponible para que la vea, la acaricie y la bese.  Pero mañana, cuando esté bajo tierra, y él vuelva a casa,¿Qué pasara entonces? Sus pertenencias todavía estarán en casa – su olor, sus listas de la compra, su silla favorita, los restos en la nevera, su cama. Sí su cama. ¿Cómo se puede volver a dormir en una cama con la que has compartido tu amor durante 59 años de tu vida? No me lo puedo imaginar. 

Hoy he sido testigo de una historia de amor. Y volveré a ser testigo de ella mañana, cuando esta historia terminé y la escena se quede vacía y las luces se apaguen.

Para Bobby y todo lo que él es.»

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