Cuando el matrimonio de Katie Price se rompió, apenas tenía 30 años recién cumplidos. Katie decidió comenzar un nuevo capítulo en su vida.
Se mudó a una nueva casa en Colorado, cambió de trabajo y decidió adoptar un bebé. Katie ya había tratado de luchar contra su infertilidad, y siempre manifestó su interés por la adopción.
En 216, Katie tuvo conocimiento – a través de una agencia – de la posibilidad de adoptar a un bebé de cuatro días, que había sido abandonado en un hospital local. No tenía nombre y Katie le puso el nombre de Grayson.
Tras criarlo durante 11 meses, un tribunal revocó el derecho de los padres biológicos a reclamarlo y Katie pudo ser reconocida como la madre verdadera del niño.
En ese momento Katie no tenía ni idea de lo que iba a ocurrir más tarde.
Katie disfrutaba realmente siendo madre y deseaba mucho aumentar su pequeña familia. Por supuesto, sabía que era mejor esperar un tiempo y adaptarse a la vida con Grayson primero, pero pretendía en dos años darle a su hijo un hermanito.
Sin embargo un mes más tarde, Katie recibió una llamada. Se trataba de la agencia de adopción. Esta le contó que una recién nacida había sido abandonada en el mismo hospital que Grayson y necesitaba con urgencia un hogar.
Y en unas horas Hannah, la bebé, llegó a casa de Katie: donde encontró una nueva madre, y un nuevo hermano.
Cuando Katie mira la pulsera del hospital que llevaba Hannah se dio cuenta de su destino y se la llevó a casa.
Hanna era realmente la hermana biológica de Grayson, tenían la misma madre pero padres diferentes y Katie decidió que los dos hermanos debían crecer juntos.
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