La muerte es inevitable y tarde o temprano, todos debemos enfrentarnos con la tristeza y el dolor de la pérdida de un ser querido.
Es difícil ponerle palabras a ese difícil vacío que sigue a la pérdida. Cuando un pariente muy cercano fallece queda un vacío tan grande que hace daño. E incluso cuando la gente te dice «que debes seguir hacia adelante», la pérdida siempre está presente en nosotros. Esto es así.
Una historia que tiene que ver mucho con este sentimiento, es la protagonizada por Bobby Moore y su amada mujer Jerry. Tras 59 años de matrimonio Jerry durmió para siempre – y Bobby quedó solo y destrozado.
Cuando la fotógrafa April Yurcevic Shepperd vio a este devastado viudo delante del ataúd, la emocionó de tal manera y tan profundamente que necesitó ponerle palabras al momento. Nunca tuvo la intención de publicar el texto o la fotografía del momento – pero por deseo expreso de la familia en hacer difundir la historia para ayudar a otros a asimilar el duelo, April decidió compartirlo en su Facebook.
Esta historia trata de como la tristeza forma parte inevitable de una parte de nuestra vida. Pero también es una historia de amor, el sentimiento más fuerte que existe en el mundo. Es cierto que es un texto un poco largo pero recomiendo leerlo entero – les prometo que merece la pena.
”Hoy fui testigo de una historia de amor. Pero no de ese tipo de amor que comparten los jóvenes llenos de pasión y rebosantes de hormonas. Tampoco este tipo de amor compartido que experimentan los recién comprometidos, cautivados por la idea de la devoción completa y de una vida completamente feliz para el resto de sus días.
En este mundo en que vivimos, donde las promesas se rompen tan fácilmente y son tan frágiles como el cristal, hoy pude ver algo único, un diamante con un diseño exclusivo. Hoy vi a un hombre, a un hombre destrozado, que permanecía cerca de su más preciado tesoro. Era el amor personificado.
Cuando entró en la sala, el camino por andar era pesado pero su determinación era firme. Sus ojos permanecían fijos en su destino final, al fondo de la sala: Un ataúd de metal gris bajo la luz de las lámparas. El ataúd estaba entreabierto. La parte de cerrada estaba rebosante de flores frescas de todo tipo de colores, adornadas con bandas laterales con palabras como «esposa» y «madre».
Se fue acercando, directo sin pausa, y al llegar se inclinó y besó sus labios aún pintados. Su cuerpo frágil luchaba por mantener el pulso.
Con ternura y cariño dirigió unas palabras a su mujer. Seguramente le habría dicho esas mismas palabras muchas veces pero en esta ocasión estas permanecerían para siempre, eternamente.
”Se que no me puedes oír ”, susurró. ”Pero te quiero”. Y se echó a llorar.
Las visitas de los familiares no estaban previstas hasta pasadas unas horas pero el hombre llegó temprano. No quería desperdiciar esas últimas horas. Durante más de 60 años ella siempre había estado cerca de él, pero aún así no era suficiente. Ni siquiera estaba cerca de ser suficiente.
Acercó una silla y se sentó. Con su bastón en la mano derecha y a su izquierda su mujer ya fallecida, permaneció sentado al lado del ataúd casi una hora. Acariciaba sus manos y sus brazos. Era como si tratara de consolarla cuando en realidad se consolaba a sí mismo.
Al hombre no parecía molestarle que su piel estuviera fría y que su cuerpo se mantuviera rígido, ni siquiera le molestaba que ella no respondiera a las palabras que susurraba. Aunque parezca extraño, esta podría ser la escena cotidiana de una tarde cualquiera en su hogar. Obviando la maravillosas flores y los pequeños obsequios enviados por los comprensivos amigos, este escenario parecía bastante normal.
Cuando la familia comenzó a llegar, el hombre seguía sentado allí, con su mano agarrando a la de su amada, acariciándola el pelo.
”Ella es preciosa,¿verdad? preguntaba a los niños que se acercaban. Todos asentían y lloraban.
Durante casi cinco horas estuvo el hombre cerca de ella, exhausto y abandonado, hasta que su cuerpo le pidió retirarse y su mente le suplicó oxigenarse.
Este hombre, este hombre desdichado, había mostrado más amor en su delicado duelo que muchos otros en la vida. Yo estaba allí y dentro del respeto y la admiración que me profesaba el momento, vi la fidelidad reflejada en sus ojos. Nunca antes había visto un hombre tan destrozado, despojado de su felicidad por la maldición de la muerte. Me pregunté cuándo lo viera que iba a hacer ese anciano mañana y al día siguiente. Hoy era la parte más sencilla.
Hoy ella todavía sigue allí con él, acostada cerca de él, disponible para que la vea, la acaricie y la bese. Pero mañana, cuando esté bajo tierra, y él vuelva a casa,¿Qué pasara entonces? Sus pertenencias todavía estarán en casa – su olor, sus listas de la compra, su silla favorita, los restos en la nevera, su cama. Sí su cama. ¿Cómo se puede volver a dormir en una cama con la que has compartido tu amor durante 59 años de tu vida? No me lo puedo imaginar.
Hoy he sido testigo de una historia de amor. Y volveré a ser testigo de ella mañana, cuando esta historia terminé y la escena se quede vacía y las luces se apaguen.
Para Bobby y todo lo que él es.»
Writer’s Note: At the request of the Bobby Moore and his family, I am sharing this narrative and photograph. This story…
Posted by April Yurcevic Shepperd on Wednesday, January 31, 2018